Hacia finales de los años 80, Vallerand, Gauvin y Halliwell realizaron una investigación con 33 niños de entre 10 y 12 años para averiguar qué efectos tenía la competición en la motivación de los niños.
Ganar vs Hacerlo lo mejor posible
Empezaron dividiendo la muestra de niños en dos condiciones experimentales:
- Un grupo estaría en una condición de competición
- Otro grupo estaría en una condición de orientación a la maestría.
Al primer grupo se les dijo que debían competir contra otros niños, mientras que al segundo grupo se les dio la instrucción de hacer la tarea lo mejor que pudieran.
Midieron la motivación de cada niño por el tiempo que pasaban voluntariamente sobre el estabilómetro – aparato que mide la capacidad de mantener el equilibrio- y tuvieron en cuenta también el interés que mostraron y la diversión que dijeron experimentar, medidas en una escala.
Menos interés, menos diversión
Los resultados que obtuvieron fueron que los niños que estaban compitiendo, pasaron menos tiempo haciendo la prueba y además, dijeron haberse divertido menos en comparación con los niños que intentaron hacerlo lo mejor posible.
De este estudio se puede confirmar eso que ya sospechamos, y es que superarse a uno mismo resulta mucho más motivador que superar a otro. Si tratas de superar tu propio rendimiento, tus propias marcas, es más probable que tu esfuerzo se mantenga en el tiempo ya que no hay un punto en el que debas parar. Sin embargo, si tu objetivo es superar la marca de otra persona, en el instante en que logres estar justo por encima, tu esfuerzo habrá terminado, no tendrás más motivos para seguir, tu motivación se habrá agotado.
La única forma de competición que te permite crecer, es aquella que estableces con la persona que eras hace un mes.
