La comida tiene un poder tranquilizador. Nuestro organismo agradece la comida porque es fundamental para su supervivencia, de hecho, existen circuitos cerebrales diseñados expresamente para generar satisfacción cuando comemos, de manera que repitamos más veces esa misma acción.
Sin embargo, en ocasiones no comemos para subsistir, no comemos porque estemos hambrientos, lo hacemos para calmar una emoción demasiado intensa, como ansiedad, estrés o tristeza. Esto es lo que se llama la ingesta emocional o el hambre emocional.