A nadie –con un sentido del humor sano- se le ocurre burlarse de una persona con cáncer, usar una enfermedad degenerativa a modo de insulto, o menospreciar a alguien que necesita un trasplante de corazón.
Sin embargo casi a diario, si prestamos atención, podemos escuchar a alguien comentar cosas como:
“pero si está anoréxica”, al ver a una chica muy delgada;
“ése es bipolar”, refiriéndose a alguien que tiene comportamientos contradictorios;
“está en plan autista”, señalando a alguien poco hablador y poco sociable.
Las personas que hacen este tipo de comentarios, ¿desconocen qué es la anorexia, el trastorno bipolar o el autismo?
Posiblemente tengan una idea más o menos amplia de qué son estos trastornos, tal vez no tengan toda la información o no la comprendan por completo, pero seguro que tienen alguna idea.
Sabrán al menos, que son trastornos de cierta gravedad, que afectan de manera dramática a las personas que los padecen, que en ningún caso han elegido tenerlos, ni han hecho nada para merecerlo.
¿Por qué las enfermedades mentales, psicológicas o emocionales se usan como chiste o como insulto entre personas formadas y cultas?
No lo sé.
¿Pensabas que te iba a dar una respuesta? Me gustaría, pero no la tengo.
Conocimiento incompleto de los trastornos
Puede que uno de los motivos sea la visión que durante muchos años se nos ha lanzado desde las películas, libros y programas de televisión. Sin malas intenciones por parte de los autores, se han usado diferentes trastornos para dotar de misterio a los personajes, para hacerlos más imprevisibles, más macabros, más dramáticos.
Es innegable, los trastornos mentales son un buen material para las historias de ficción. El problema aparece cuando el único acercamiento del público a estos trastornos es a través de historias guionizadas, sin completar esa información con casos reales y material de divulgación, serio, contrastado y completo –al fin y al cabo, en el personaje de ficción sólo vamos a ver los síntomas “que dan juego”-.
Miedo a lo desconocido
También podría ser una consecuencia de nuestro miedo a lo desconocido. Cuando no comprendemos lo que otro está haciendo, no podemos encontrar una explicación a sus reacciones emocionales, o a su comportamiento extravagante, nuestro viejo instinto de protección nos lleva a rechazarle, a alejarnos de él o ella.
A veces nos alejamos físicamente, pero también emocionalmente. ¿Cómo? Quitándole credibilidad a lo que dice sentir y ridiculizando su conducta. Así nos parece menos amenazadora, porque al no empatizar con ella, no sentimos en modo alguno su sufrimiento y nos ahorramos pasar por esa angustia.
“Esas son cosas que les ocurren a los demás, no a mí.”
Tal vez uno de los motivos sea que se sienten a salvo de padecer un trastorno psicológico. Hemos leído o escuchado por ejemplo, que la esquizofrenia aparece antes de los veinticinco, que la anorexia empieza en los primeros años de la adolescencia, o que las personas que tienen trastornos de ansiedad son gente asustadiza desde siempre. Lo que en nuestra mente, que tiende a la autoprotección, se traduce como “si no me ha pasado hasta ahora ya no me va a pasar”. Conclusión totalmente equivocada en muchos casos.
– el hecho de que algo no pueda ocurrirles haga que se sientan cómodos burlándose de ello, daría material para una conversación interesante y bastante desesperanzadora.-
Las cosas están cambiando, por algo estamos en la era de la información ¿no?
Aunque creo que queda mucho por hacer en cuanto a concienciación e información, cada vez más gente comprende y respeta las dificultades a las que se enfrenta minuto a minuto una persona con un trastorno psicológico.
A través de internet tenemos acceso a multitud de historias contadas en primera persona, a opiniones de expertos, a reportajes concienzudos. Sólo hace falta querer saber.
Es necesario tomarse la molestia de leer y escuchar a esas personas que pueden enseñarnos que existen otras formas de vivir, de sentir y de pensar. Y no olvidar que esas otras formas de vivir, sentir y pensar no suponen una amenaza a nuestra propia forma de hacerlo.